Carmen Bilbao empiezo a visitarme
Resumen
Darse a la tarea de visitar la materia y el espíritu de la memoria. Tal el esmero que en esta ocasión devela el lápiz de Carmen Bilbao. En sugestiva complicidad con la poesía de Guillermo Bedregal Garda, este transcurso signado por las rajaduras y las grietas de una ciudad escondida e insondable, no solo indaga en el murmullo de las habitaciones y los viejos zaguanes sino que va al encuentro del silencio de los espacios interiores, allí donde resuenan los ecos de pasos y voces que se aferran al tiempo, no al olvido. Las cosas se transforman en el recuerdo pero también en el deseo, parece decirnos la artista, porque son viejos medidores de luz, baldes en actitud de espera y hendiduras indelebles en las paredes los que aún hacen posible que el vértigo urbano se suspenda por un momento, para iniciar, así, un itinerario íntimo e irrepetible. Los dibujos de Carmen Bilbao nos conducen a un encuentro con aquellos rastros y gestos de esa ciudad autentica, presentida y hollada por el poeta: ~ Por las calles alguien regresa de besar su sombra I y una mujer camina hacia el cementerio ( ... ). En sus cenizas un rastro lunar cantada como cantan I adoquines y la tristeza. Como si desde los rincones el tiempo se repitiera, la distancia vuelve sobre sus pasos, se mira y se recorre sobre sí misma, como un viaje, para que el misterio permanezca entre las ventanas, atravesadas por el viento de los umbrales: en la mudez aparente de estos dibujos, una corriente interior altera la quietud y se abre al movimiento, al sonido y al olor de la madera, del adobe, del metal forjado. Sigilo del tiempo, memoria que se repite y proyecta sin pausas, Carmen Bilbao empieza a visitarse desde los trazos de estos intersticios, desde sus esquinas remotas, entre arboles que se devuelven detrás de una gasa de lluvia.