Penélope en la subversión del nombre un ramalazo de tiempo
Fecha
2019Autor
Domínguez Lucuy, María Soledad
Tutor
Velásquez Guzmán, Mónica, tutora
Metadatos
Mostrar el registro completo del ítemResumen
En Historia de la eternidad (1953), Jorge Luis Borges dice que Aristóteles observó que toda metáfora surge de la intuición de una analogía entre cosas disímiles, y hace hincapié en que Aristóteles “funda la metáfora sobre las cosas y no sobre el lenguaje” (Borges, 1990: 25). Asimismo, Borges asume que es verosímil conjeturar que desde que Homero creó el primer monumento de las literaturas occidentales –La Ilíada– hace tres mil años, todas las afinidades, íntimas, necesarias entre las cosas fueron advertidas y escritas alguna vez (ibid). Después, en una conversación sostenida con Georges Charbonnier, Borges señala que el convencionalismo cultural que ha acompañado al desarrollo de la literatura occidental ha permitido el desarrollo de lo que él llama “verdaderas metáforas”. Éstas, dice, “corresponden a afinidades verdaderas entre las cosas” (Charbonnier y Borges, 1970: 16).1. Finalmente, en la misma conversación, Borges dice que ese desarrollo literario ha generado también lugares comunes (tópicos) y que la enunciación de lo que se convierte en tópico por haber sido utilizado reiterativamente reclama una suerte de “conciencia intelectiva del lector”. O sea, que el lector puede llegar a comprender el efecto de la imagen sólo si conoce el mito o la historia original (ibid.). Por tanto, merced al convencionalismo cultural que acompaña al desarrollo de la literatura occidental, se puede decir que el nombre de Penélope se ha convertido en un tópico y que su utilización ha de reclamar siempre una conciencia intelectiva en el lector; que éste conozca –volviendo a repetir a Borges– el mito o la historia original. De lo contrario, la imagen que se quiera lograr no funciona. Aquí cabe aclarar que se usa el concepto de ‘mito’ en el sentido del griego ‘mythos’ [palabra, narración, discurso], como una explicación del mundo, como una elaboración narrativa que servía para explicar el caos y la arbitrariedad que las sociedades primitivas observaban en los fenómenos de la naturaleza, fenómenos en los que veían la intervención de los dioses. Asumiendo entonces el lugar que ocupa el mito en el imaginario de las sociedades antiguas, se puede definir, con apoyo de José Antonio Millán Alba, que “el mito es lo que sucede siempre y, por consiguiente, [sucede] ahora” (Millán Alba, 2008: 14). Luego, con el desarrollo de las formas poéticas, sobre todo en Grecia, los mitos –es decir, cada mito– fueron narrativamente mejor estructurados, pero pervivió en ellos la intención de explicar lo desconocido siempre como efecto de la arbitrariedad y el capricho de las deidades. Con su trasposición a la literatura, hay mitos que ingresaron a la conciencia intelectiva conservando ciertas relaciones o ciertos atributos metafóricos establecidos en su origen por poetas, narradores o filósofos de esas sociedades antiguas. Es el caso de Penélope.